De mentiras, boludos, tontas y locas

Como decía en el post anterior, la idea central de la serie Lie To Me me resultó bastante entradora: un tipo que es experto en la lectura del lenguaje corporal y que se da cuenta de que alguien le está mintiendo con sólo notar “microgestos” en su interlocutor: tocarse inadvertidamente la nariz, rascarse disimuladamente el lóbulo de la oreja, o hacer pito catalán mientras uno habla.

Al cuarto capítulo la serie se tornó previsible, pero las primeras tres emisiones alcanzaron para despertarme cierto interés en esta disciplina, por lo que gracias a una buena combinación de un ancho de banda considerable y cierta elasticidad en mis convicciones en cuanto a la piratería, me hice de una pequeña biblioteca en PDF sobre el tema: el conocidísimo Body Language: How To Read Others’ Thoughts By Their Gestures de Allan Pease, el The Nonverbal Dictionary Of Gestures, Signs & Body Language Cues de David B. Givens, el Body Language For Dummies de Elizabeth Kuhnke y How To Enlarge Your Pen... No, ése no.

Todavía no miré ni el índice de uno solo de estos libros, y sospecho que muy probablemente quedarán ahí, en la carpeta “Boludeces que me bajo de Internet cuando me pega mal una serie”, junto a los libros de Nefrología, la historia de la Casa Blanca y el manual de reparación de las ópticas del Porsche.

Pero me late que les voy a dedicar algunas horitas. Una leidita les voy a pegar.

Pero no vayan a creer que quiero aprender a detectar mentiras para –ponele- no dar lástima cuando muy de tanto en tanto voy a la mesa de póker de Héctor García Blanco, Sendra y Migliardo y de la que invariablemente salgo pelado, no.

Ni tampoco para la huevada ésa que sale de tanto en tanto en todas las revistas para hombres: “Cómo saber si está lista para llevártela al lecho, chaval”, con tips del estilo: “si accidentalmente te roza la entrepierna con la palma de su mano y accidentalmente deja la mano allí durante unos cuarenta y cinco minutos y accidentalmente comienza a mover su mano en círculos, entonces avanza tranquilo, colega”.

Quiero aprender a detectar boludos. Y chifladas.

A lo largo de mi vida he perdido innumerables e irrecuperables horas escuchando con atención a tipos a los que yo consideraba interesantes y hasta geniales, para darme cuenta, horas, días o años después, de que se trataba de perfectos pelotudos. Si tan sólo hubiera contado con un método de detección… Con un gesto que los identificara… Con un consejo del estilo: “si, al hablar, su interlocutor se lleva la mano hacia la pera como mesándose una inexistente barba…” o un “si se peina una ceja con un dedo, cuidado: va a decir una pelotudez cósmica”… ¡Ah, el tiempo que me habría ahorrado!

Y si hubiera contado yo con la habilidad de detectar inmediatamente a tontas y a locas… No digo yo que en el caso de detección temprana de una sonada habría yo huido antes de intentar nada, no. Ni en pedo. De ser así, mucho me temo que todavía sería virgen.

Lo habría hecho casi todo igual. Sólo que me habría tomado las cosas de otra manera, y me habría ahorrado un montón de disgustos y un sinfín de problemas.

Porque eso de que “las tontas y locas son las más fáciles” es un excelente chiste de Les Luthiers. Pero es un chiste.

Generalmente, las tontas y las locas son –en el mediano plazo- las más complicadas.

Voy a pegarle una miradita a esos libros. Si sale algo interesante, tal vez lo comentemos aquí.

Por lo pronto, anoten: ese libro de Enlarge Your Nosequé, no sirve.