REVISTA SEX HUMOR: REVIVAL

Hace un tiempo yo decía –cada vez que alguien me preguntaba al respecto- que jamás en la reputisísima vida de Dios iba yo a volver a escribir algo como lo que hace muchos, muchísimos años, solía escribir en la extinta revista Sex Humor o –al ser una recopilación de las menos peores de estas notas- en el librito ése que cada tanto es mencionado aquí y del que yo no tengo –afortunadamente- ni una copia.

A los cientos de personas que me preguntaban que por qué no reeditaba el libro (bueno… a lo mejor no eran cientos de personas preguntando, sino mi mamá preguntando cientos de veces, lo que al fin y al cabo es más o menos lo mismo), yo les respondía que no, que sinceramente me daba vergüencita, que gran parte del material que conforma ese libro se trata de notas de la Sex Humor, muy a tono con la escuela “guerra de los sexos” que estuvo de moda en esa revista a fines de los ochenta, comienzos de los noventa, y que en su momento fue muy divertida, pero que ya fue, mamá, dejate de joder.

Como recordarán quienes leían esa revista, y como no recordarán quienes no tienen la más puta idea de lo que estoy hablando, en la revista Sex Humor había redactores y redactoras. Quincenalmente, los redactores (Héctor García Blanco, Fernando Sánchez, éste que escribe) escribíamos genialidades como “las mujeres tienen el sentido del humor de un mocasín”, “mi novia no sabe hervir agua” o “mi novia tiene el sentido del humor de un mocasín, por lo tanto no entendió que lo de no saber hervir agua era un chiste, y decidió demostrar su perfecto dominio del punto de ebullición tirándome una cacerola de agua hirviendo en la ingle”.

Las redactoras, por su parte… Bueno, hacían lo que podían, pobres. Pero más o menos se defendían con cositas como: “los hombres son malos”, “los hombres son brutos” y “los hombres son malos y… ¿cómo que ya escribí la misma nota en el número pasado? ¿Estás seguro? ¡Huy, qué boluda!”.

Y nos pagaban por eso. Y éramos jóvenes y la pasábamos fenómeno y fue una de las épocas más felices de mi vida.

Pero ya fue. Ya no tiene gracia hablar de la poca destreza de las mujeres a la hora de conducir vehículos. Héctor García Blanco tiene esposa, hija (mi ahijada) y peina canas. Fernando Sánchez tiene esposa, hijo y hace la revista “Barcelona”. Yo peino canas.

Así que esa historia está cerrada. Es lógico que a los 35 años uno ya se sienta un poco viejo como para seguir haciendo los mismos chistes que, invariablemente, empezaban con un: “supongamos que nuestra novia viene un día anunciando que se compró una minifalda amarilla, y nos enseña un trapito de forma trapezoidal, amarillo sí, pero incapaz de ser llamado prenda de vestir, y mucho más incapaz de cubrir siquiera una parte de su aparato reproductor”.

Así que no sólo me he negado reiteradas veces a la republicación de ese librito, sino que he jurado muy seriamente no volver a escribir jamás algo de ese estilo, adoptando ese tono solemne que los artistas en serio (por ejemplo, Bon Jovi) usan para renegar de algunos temas compuestos en su juventud. Basta. Uno ha crecido, uno ha madurado, y quien no se planta en la vida no es dueño de su destino, dijo no me acuerdo quién (ah, sí, Joaquín Sabina).

Pero, claro… Uno dice tantas pelotudeces…

Sin ir más lejos, hace exactamente un mes y medio yo juré con toda la solemnidad de la que soy capaz que nunca jamás iba a estar en pareja. Que ni siquiera iba a intentarlo. No vienen al caso ahora los motivos (pero me sobraban), pero la cosa es que anuncié a quien se ofreciera a escucharme, que entraba en una fase célibe de mi vida y que abrazaba la solteronía con toda devoción. Total, para disgustos tenía al Gobierno, para mi diversión me había ya hecho de una provisión de series y películas “compradas en Amazon” como para no aburrirme en dieciséis vidas futuras, y para mi gratificación sexual había yo recopilado la mayor colección de porn… Bueno, no importa.

Pero la vida es una caja de chocolates, la Internet es lo más grande que ha creado la Humanidad (y no me jodan con la rueda, la imprenta o la exploración del espacio) y este blog es de lo más loco que me ha pasado en mi puta vida.

Así que hace exactamente un mes, estaba yo frente a alguien que había conocido –técnicamente- hacía una hora, y ya me cagaba yo en todo lo que había jurado y pensado, y en el Gobierno, en mi colección de comedias británicas, en la pornografía y en mi santa madre si hubiera sido menester, pero mi santa madre la conoció y dijo que era “divina”, así que todo bien.

Pero iniciar una pareja (con convivencia full time, adopción de mascotas preexistentes y toda esa bola) tiene sus cositas. Claro, cuando uno es jovencito, uno se toma cierto tiempo para conocerse… Una parejita se va conociendo, salen a tomar un helado, van al cine, se pactan días de visita (bueno, no, ahora estamos en pleno siglo diecinue… veinte… ¡veintiuno!) Pero a los 35 años (de uno, ¡de uno!; de los años de la contraparte no se habla, claro), medio como que no hay tiempo para eso, especialmente considerando lo buena que está la contraparte, por fuera y por dentro. Así que uno primero se mete hasta las orejas, y después vamos ajustando detalles.

Y es aquí donde me vengo a acordar qué era lo mejor que tenían aquellas viejas notas de la Sex Humor, esas que empezaban con “supongamos que nuestra novia decide cocinar un lomo Strogonoff”. Y acá viene una confesión. Esas notas, por más que nos pagaran por ellas, por más que se publicaran en un medio masivo de comunicación, no estaban escritas para el público. Estaban escritas precisamente para decirle a nuestra novia que el lomo Strogonoff le había salido como el reverendo ojete, y que la próxima vez que nos viéramos obligados a disimular un ataque de náuseas por culpa de un ensayo culinario, la cosa se iba a poner pilosa.

¿Nuestra novia decidía anotarse en un gimnasio? Ningún problema. Para eso estaba la revista Sex Humor. Para publicar una nota titulada “Ellas y los gimnasios”, donde uno podía despacharse a gusto, amparado en la libertad de prensa, el modus jocandi, la profesión de humorista, para deslizar el mensaje de que por este mes vaya y pase porque la cuota ya está paga y tampoco es cuestión de tirar la plata, pero que para el mes que viene mejor se vaya olvidando de ese submundo de hormonas, músculos y ropita ajustada, y que si quiere tonificar sus músculos que hombree papas, que es mucho más digno.

Para eso servía la revista Sex Humor. Para deslizar mensajes subliminales. Para ahorrarnos un platal en terapia. Para e-du-car.

Así que, damas y caballeros, en un mismo post doy por abolidos dos juramentos que, en su momento, he pronunciado con la mayor seriedad.

El juramento de que nunca iba a volver a escribir al estilo Sex Humor.

Y el juramento de que nunca jamás iba a volver a escribir la frase “supongamos que su novia…”, pensando en mi novia.

Se viene una serie de notas… perdón… de posts… al mejor estilo Sex Humor. Empezando mañana.

Que tengan ustedes muy buenas noches. Me voy a cenar.

(CONTINUARÁ)