Del libro Rompiendo Huevos, Ediciones de la Urraca, Buenos Aires, 1994.
La tan mentada patria potestad es, para mí, uno de los regímenes más autoritarios, dictatoriales e hijoputas concebidos por la mente humana.
Contra la voluntad paterna —paterna y materna, más bien— no hay tu tía. Ante cualquier planteo mínimamente contestatario, los señores papi y mami esgrimen distintos argumentos descalificadores para con el señorito hijo, argumentos que van variando a medida que uno va creciendo y escalando etapas de bebé a niño, de niño a preadolescente, de preadolescente a adolescente y de adolescente a joven.
Un hijo, a cualquier edad, siempre se ve acotado, condicionado e hinchado las pelotas por sus padres.
La "tierna" infancia es la etapa en la que uno es menos libre. Un poco porque uno no es responsable de sus actos, y otro poco porque gateando no se llega muy lejos.
En estos primeros años, los padres ejercen su poder de un modo absoluto y total. Se hace lo que ellos dicen y no se hace nada que ellos no digan. Y los argumentos descalificadores son igualmente absolutos y totales: una paliza no se discute, y menos aun cuando uno pesa apenas un poco más que una gallina.
Supongamos que uno decide dar rienda suelta a su innata creatividad hurgueteando con los deditos en un tomacorriente. Antes de lograr nuestro cometido —y antes de provocar el consiguiente fogonazo, la consiguiente tragedia y el consiguiente final de este capítulo— aparecen papá y mamá y, sin darnos mayores explicaciones que "eto caca", nos propinan un chirlo en la manito o en la carita, o en el culito, o un uppercut en el plexo solar, según el grado de ternura de nuestros progenitores.
Ya está. Nos descalifican con un incongruente "eto caca", que no nos da ninguna explicación. Quizás estén salvando nuestra vida o al menos la vida útil de los tapones de la casa, pero nos están prohibiendo algo, y con un argumento poco sólido.
La "no tan tierna infancia" comprende, digamos, los años que van de los ocho a los doce, más o menos.
Acá es la misma historia: siguen mandando los viejos, pero cambian un poco los argumentos. Se deja de usar el "eto caca" y se impone el uso del "porque sos chico".
Uno ya está creciendo y si bien ya no se interesa por electrocutarse, comienza a manifestar cierta curiosidad por unos tubitos, aparentemente de papel, que los grandes se ponen en la boca y que echan humo.
—¿Qué es eso, ma?
—Un cigarrillo, nene.
—¿A ver? ¿Me dejás probar?
—No.
—¿No? ¿Por qué?
—Porque sos chico.
Ahí tenés. "Porque sos chico".
No sé si algún psicopedagogo o algún médico televisivo se ha ocupado de este tema, pero les puedo asegurar con la sabiduría que da la experiencia, que no hay cosa que le moleste más a un chico que se le diga: "No, porque sos chico".
Si a un pibe se le prohíbe algo, hay que explicarle más o menos por qué razón se le prohíbe: "Porque hace mal, nene; a los seres humanos de tu edad (nunca diga chicos) les hace mal". No hay que decirle que a los grandes también les hace mal el cigarrillo, porque no es bueno que un chico vea confirmada su sospecha de que sus padres son unos pelotudos.
Si es necesario, también vale esbozar una piadosa mentira: "Es un remedio, nene", o algo así. El pibe se irá contento y satisfecho. Pero si se le dice: "No, porque sos chico", no sólo se retirará molesto y ofendido, sino que, para "ser grande", en un momento de descuido se fumará un atado de Parissiennes fuertes para ver qué tanto misterio tiene algo que es para grandes y no para chicos.
Al iniciar la adolescencia, el chico se vuelve loco, los padres se vuelven locos, los psicopedagogos se vuelven locos y hasta Borocotó se vuelve loco. Nadie sabe cómo manejar a un muchacho de esta edad, por lo que todo se le prohíbe, todo se le permite, y se utilizan todos los recursos descalificadores juntos.
—¡Vieja, me voy con los chicos de campamento a Groenlandia!
—¡No! ¡Sos chico! ¡No, bueno, sos grande pero un poco chico! ¡Eto caca! ¡Te doy un chirlo! ¡No, mejor te hago mimitos y te lo explico! ¡No, sos muy grande para mimitos y muy chico para explicaciones! ¡Mejor un chirlo...! ¡No, un chirlo no...! ¡Ma’ sí, andá!
Y así.
Por lo que, si ustedes no se molestan, saltearemos esta etapa tan conflictiva que si ya es difícil vivirla, imagínense cómo será describirla, así que pasemos inmediatamente a la última parte de este capítulo.
Hasta aquí llegamos. Tenemos veintipocos años y responsabilidad civil y comercial. Somos grandes para la DGI y chicos para mamá. Somos adultos para el Ministerio de Defensa y unos bebés para la abuela.
Y como ya hemos dicho alguna vez, si bien la patria potestad ya no tiene vigencia legal a esta altura del campeonato, sí la tiene, y mucha, psicológicamente.
Si uno quiere casarse con una prostituta que tiene como clientela fija a la mayor parte de nuestro barrio, contando a papá y al abuelo, tenemos todo el derecho del mundo de hacerlo. Mamá puede llorar hasta deshidratarse, pero no puede impedirlo autoritariamente. Papá puede amenazar con fajarnos, un poco porque esa chica no nos conviene, y otro poco porque ya no van a poder salir de joda con el abuelo, pero no puede hacernos cambiar de opinión.
Cualquiera sea el motivo de discusión —un matrimonio precoz, un viaje arriesgado, el abandono de los estudios, la decisión de correr carreras de motos con los ojos vendados, cualquier cosa—, ellos no pueden hacer nada para impedirlo, por lo que echan mano del último recurso descalificador, el "¡ya vas a ver cuando seas padre!".
Con esa frasecita tan conocida por todos, no hacen más que pasarnos la factura con número de CUIT e IVA discriminado, de toda la malasangre que les hemos hecho hacer (disculpen ustedes por el abuso del verbo) durante toda nuestra vida.
Y no sólo eso: nos están desafiando.
Nos están diciendo: “Vos bancate todo lo que yo te pueda hinchar las bolas, bancate todo hasta que seas padre. Cuando lo seas y veas que yo tenía razón, ahí charlamos.”
Y eso es una jugada sucia.
Porque en parte es cierto, recién ahí nos daremos cuenta de ciertas cosas. Pero uno no nace padre, sino hijo. Uno es hijo, y piensa y actúa como hijo, no como padre. Pensaremos y actuaremos como padres cuando seamos padres y tengamos quién nos actúe de hijo. Para que la rueda siga girando.
Así es la vida, ni más ni menos.
Y el "ya vas a ver cuando seas padre" sigue siendo una jugada sucia porque, suponiendo que nuestros padres se hayan mandado sus buenas cagadas con nosotros, cuando alcancemos la paternidad y seamos grandes, ellos van a estar más grandes todavía.
Tirando a viejitos.
Disfrutando de lo poco o mucho que pudieron cosechar de todo lo mucho que sembraron.
Disfrutando de sus nietos.
Y uno no puede ser tan hijo de puta como para interrumpir esa escena tan hermosa y cuestionarles lo mal que estuvieron aquella vez en que nos fajaron por meter los dedos en el enchufe.
1 comentario:
Bueniiiiisimo!!
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