miércoles, 7 de septiembre de 2005

MI HERMANO AL VOLANTE

Del libro Rompiendo Huevos, Ediciones de la Urraca, Buenos Aires, 1994.
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Ya he confesado mi paranormal incapacidad para conducir automóviles, falencia heredada de mi padre, y manifesté mi estupor y asombro el día en que mi madre se largó solita a manejar con cierto éxito. Pues bien, en estos días otra oveja negra se ha revelado en mi familia.

No me pregunten cómo, pero mi hermano menor aprendió a manejar. No sé cómo hizo, cuánto tiempo invirtió en el proceso de aprendizaje, ni nada. Lo cierto es que hace unas semanas, el mismo día de su decimoctavo cumpleaños, se apareció a la tarde con un flamante registro de conductor.

Es que el muy bastardito siempre fue diferente de su hermano mayor. Sabe tocar la guitarra. Yo no. Sabe jugar al fútbol. Yo no. Sabe ir a bailar. Yo no. Sabe enamorar a media docena de señoritas por día. Yo no.

Y con el tema del registro, sumó una nueva diferencia a la larga lista.

No es que no me sienta orgulloso de él. Es que no sé si sentirme orgulloso, ni envidioso, ni nada. No sé qué actitud tomar ante su desempeño al volante.

Por ejemplo, me subo a su auto para dar una vuelta, y el borrego acelera. ¿Qué ha-go? ¿Lo reto? En cierto modo soy su hermano mayor y debo cuidarlo y aconsejarle… Pero no tengo ni la más puta idea sobre si aceleró mucho, poco, bien, mal, ni cómo se acelera. Así que opto por quedarme en el molde.

Además, todavía no he logrado acostumbrarme a la idea de su nueva capacidad para conducir automóviles. La otra noche pasó a visitarme con el estéreo bajo el brazo.

—¿Viniste con el auto? —le pregunté señalando el artefacto.

—No, boludo. Se me rompió el walkman —fue su irónica respuesta.

Cuando subo al auto con él, ya empiezo a transpirar. Cada ruidito me parece premonitorio de un estallido del tanque de nafta. Cada esquina es la promesa de una colisión múltiple. Cada bocinazo, una provocación a otro conductor.

Es que al no saber manejar (ni arrancar un auto, ni subirme a él con elegancia), tampoco puedo saber qué hace bien y qué hace mal. Por otra parte, supongo que un mocoso de dieciocho años, que sacó el registro la semana pasada, no puede hacer todo bien. Entonces, no sé cuándo retarlo.

Por ejemplo, putea a otro conductor que le cierra el paso. ¿Yo qué hago? ¿Me sumo a la puteada? ¿Lo puteo a mi hermano por molestar al caballero? ¿Cómo sé si el señor lo encerró o si mi hermano se metió por un sitio inapropiado?

Demasiado lío.

Otra cosa: si hay algo que odio cuando viajo en auto, es que el conductor estacione en doble fila (o en un lugar prohibido), se baje y me diga que me quede ahí, que ya viene.

Porque una vez que el turro desaparece, surge algún problema. Que un auto estacionado quiere salir, que otro auto quiere entrar, que viene la policía, que el auto explota…

Siempre, pero siempre pasa algo. Y yo me quedo paralizado, sin saber qué hacer. Me encantaría poder cambiarme de asiento rápidamente y decir: "No se preocupe, señor. Ya se lo corro", pero me es imposible. Así que tengo que hacerle señas al pobre tipo que quiere sacar su auto (o al no tan pobre policía), explicándole que yo no sé manejar, que el que sí sabe manejar es mi hermano, pero que ahora está muy ocupado rascando con una mina en vaya uno a saber qué departamento de aquel edificio y que me dijo que volvía en cinco minutos hace una hora y media. Pero eso sí: un hermano motorizado tiene sus ventajas. Como cualquier persona que recién estrena registro, el pibe quiere manejar a toda hora, en cualquier parte, por cualquier motivo. ¿Uno se quedó sin cigarrillos? "¡Vamos, yo te llevo al quiosco!". ¿Uno se olvidó algo en el laburo? "¡No importa! ¡Vamos a buscarlo!". ¿Uno quiere ir al telo con su novia? "¡Vamos! ¡Yo los llevo y los espero dando vueltas manzana alrededor del telo!".

El gran problema aparece cuando mi hermano y yo salimos con el auto, y mi vieja me pide: "Fijate que maneje bien, que no vaya rápido, que ponga la luz de giro, que pase bien los cambios, que no clave los frenos, que ponga el cebador…"

¿Y yo cómo mierda hago para saber si maneja bien o mal, si va rápido o no va rápido, qué es la luz de giro, cómo se pasan bien los cambios, cómo se clavan los frenos y qué mierda es y cómo se pone el cebador, si lo único que conozco de un auto es el asiento del acompañante y el estéreo?

Pero por las dudas, a la vuelta me deshago en elogios sobre mi hermano:

—¡No sabés, mamá, lo bien que tocó la bocina! ¡Con una soltura! ¡Y los cambios! ¡Después de primera puso segunda, sin dudar! ¡Y el cebador! ¡Qué bien que lo usa!

Pero hay cosas que me encantan de todo esto.

Por ejemplo, salir con mi hermano con el estéreo a todo volumen, con música de Bon Jovi o Aerosmith.

O que me lleve a mi casa luego de una cena familiar, sacándoles el cuero a nuestros viejos por el camino.

O que nos lleve, a mi novia y a mí, a pasear por ahí.

Sólo faltaría una cosa…

Que ya que tiene auto, se busque una novia y podamos ir a pasear por ahí los cuatro.

Y que después nos deje en casa y ellos se vayan en el auto, adonde quieran…

1 comentario:

Victoria dijo...

jajajaja, cuan identificada me sentí al leer esto...salvo que no tengo hermano con auto. Ni sin auto.

Me siento menos idiota por no ser la unica en la ignorancia conductoril. Aun mas sabiendo que esta tara suya la tenía en el 94 y hoy, 14 años después, la sigue teniendo y no parece haber afectado mucho su calidad de vida.