miércoles, 7 de septiembre de 2005

NOVIAZGOS MODERNOS

Del libro Rompiendo Huevos, Ediciones de la Urraca, Buenos Aires, 1994.
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Parecería, últimamente, que las chicas sienten vergüenza por estar de novias.

Así nomás. Es como si, en vez de sentirse orgullosas de amar y ser amadas, ocultaran toda la cuestión, como si tener novio fuera humillante frente a la sociedad.

Supongo que es la época. Antes, no hace mucho, una niña que tenía novio oficial, quien la visitaba martes y jueves a la tardecita, era tomada como ejemplo de una generación. Y si el noviazgo era largo —unos seis o siete años—, mejor. En cambio, si la hija de la verdulera era famosa en el barrio por su capacidad de trocar de novios con la misma presteza con que vendía manzanas, era marginada por sus vecinos y calificada de mala puta.

"Es una buena chica, hace cinco años que está de novia con un médico", era el mejor halago que una adolescente podía recibir hace veinte o treinta años. Y esa chica vivía su noviazgo feliz y con orgullo.

Pero desde hace un tiempo a esta parte, la cosa parece haber cambiado.

El noviazgo se considera cancerígeno y la infidelidad como estilo de vida, una virtud.

Si en un grupo de amigos hay una chica que hace cinco meses sale con un mismo joven, enseguida empiezan a dejarla de lado en la organización de las diversiones diciendo que "está recasada, la boluda esa, dejá, dejá, ni le digas que vamos a ir al recital. Siempre con el bobo aquel".

En cambio, una chica incapaz de involucrarse seriamente con un muchacho durante más de una hora y media, "es genial, esa mina, loco, es re del palo, no se come ninguna, la tiene reclara y es un flash."

A mí, déjenme de flashes, por favor.

Tan difundida está esta creencia, que una chica puta esté mejor vista que una decente, que hasta las propias interesadas tratan de ajustarse a la moda.

Supongamos que está uno de novio con una niña digna, fiel (al menos durante el tiempo en que está con uno) y sin un pasado que incluya atención en departamento privado y servicio para ejecutivos. Un buen día, uno va a la casa de ella y encuentra en su dormitorio un horrible perro pequinés de peluche.

—¿Y esta mierda? Supongo que será una de esas mierdas que te regalo yo, ¿o me equivoco?

—No, no, me lo regaló un chico que anda atrás mío, pobre. Es un tipo que viene siempre al negocio y me regala un chocolate, un chupetín y esas cositas...

—¿Y por esas casualidades, el hijo de putas ése no sabe que tenés novio?

—¡Noooooo!

—¿Y no tenés pensado decírselo? Digo, para evitar que te siga llenando la habitación de muñequitos...

—¿Estás loco? ¿Vos qué te creés? ¿Qué voy a decirle: "Vea, señor, mi novio no quiere que usted me regale más cositas?"

—Ni más ni menos.

—¿Pero vos querés que me tome por una sometida, por una casada? Yo no tengo por qué decir que tengo novio!

—Sí, porque en la medida en que vos no lo digas, y con un mínimo de convencimiento, ese tipo o cualquier otro creerá que puede seducirte regalándote pavaditas. En cambio, si el tipo supiera que vos tenés ojos para una sola persona, en este caso yo, dejaría de hacerte el verso, no sé si me explico...

—Sos un antiguo.

Veamos otro ejemplo imaginario.

Un día uno pasa a buscar a su novia, y ésta nos sale con que no va a poder venir con uno, porque tiene el cumpleaños de Carlitos, "mi gran amigo Carlitos, compañero de aventuras de mi infancia, Carlitos, ¡un amigo de verdad!"

—¿Y yo no puedo ir con vos?

—¿Adónde?

—Al cumpleaños de Carlitos.

—¿Qué Carlitos? ¿Carlitos? ¡Ah, Carlitos! ¡Nooooo! ¿Vos? ¿Venir conmigo? ¡Nooo! Ya sabés que en nuestro grupo de amigos no nos gusta andar mezclando gente.

—Entonces vos no vas.

—¡Pero entendeme! ¡Es el cumpleaños de Claudio! ¿Cómo le voy a fallar?

—¿Qué Claudio? ¿No era Carlitos?

—Bueno, Carlitos...

—Acá hay algo que no me gusta...

—Bueno, bueno, está bien, te voy a decir la verdad... Resulta que no es el cumpleaños de Carlitos...

—Eso ya lo sospechaba.

—La verdad es que mi hermana quería presentarme a un amigo de ella, y yo no puedo negarme...

—Explicale que tenés novio y que estás muy bien con él, o sea yo.

—¡Ay, pero cómo le voy a decir eso! ¡Qué va a pensar mi hermana de mí!

—Eso yo no lo sé. Lo que sí sé es lo que yo pienso de tu hermana...

—Pero yo no puedo poner el carné de novio! No soy una sometida...

—Una sometida, no. Pero tampoco soy yo un cornudo, quiero creer...

—¡Pero no, yo pensaba ir, y después no pasaba nada! ¡Así quedo bien con mi hermana y te sigo siendo fiel a vos, mi amorcito!

—Lo que seguís sin entender es que no tenés por qué mierda quedar bien con alguien que quiere presentarte a un tipo cuando ya tenés uno: yo. Le decís: "No, gracias", y sanseacabó.

—¡Claro! ¡Y quedo como una recasada!

A ver si se entiende mi razonamiento.

El carné de novio no es un cinturón de castidad. Es una manera de decirle a los demás: "Mire, no quiera usted propasarse conmigo, señor, pues estoy muy bien con mi novio. En todo caso déjeme su teléfono, y cuando me pelee con él, yo lo llamo."

Suponiendo, claro, que una chica esté bien con su novio. En ese caso, ¿para qué mierda quiere que le presenten a un tipo?

Eso, en mi época, en mi sociedad, en mi país, es condenable.

Si estar de novio no es del palo, métanse un palo en el culo y cuéntenme qué se siente. Si estar enamorado es motivo de marginación, me dan lástima todos sus amigos que los marginan por estar enamorados.

Quédense ustedes con sus palos, sus modernidades y su rebeldía al pedo.

A mí, déjenme como soy.

2 comentarios:

German dijo...

BUENISIMO!

COMPARTO TU FILOSOFIA!

Anónimo dijo...

Magistral. Una especia de Dolina moderno!