miércoles, 7 de septiembre de 2005

EL MITO DEL MACHO

Del libro Rompiendo Huevos, Ediciones de la Urraca, Buenos Aires, 1994.
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Las mujeres tienden a confundirlo todo.

Y no me refiero sólo a confusiones de tipo científico, que las hace conectar una costosísima computadora que funciona con 110 voltios a un tomacorriente de 220, provocando un incendio que hasta los diarios más objetivos y menos sensacionalistas no vacilan en calificar de "dantesco".

Tampoco vamos a hacer el chiste obvio de que algunas mujeres se confunden de novio y se encaman durante un mes y medio con un señor canoso, excusándose con que "¡ops!, qué cosa, son tan parecidos, je je".

A lo que me refiero —y de lo que trata este capítulo— es a aquellos errores más sutiles, menos notorios, que tienen que ver con una equivocada línea de pensamiento. Por ejemplo, el no saber muy bien qué cosa es un hombre.

A grandes rasgos, digamos que hay dos clases de hombres: los "duros" y los "blandos", y evitemos una vez más el chiste tonto, en esta oportunidad relacionado con la erección.

Los "blandos", más conocidos como "babosos" o "sí, querida", son aquellos que reúnen varias de estas características:

a) Excesiva demostración de afecto para con su pareja, especialmente en lugares públicos muy concurridos.

b) Ilimitada generosidad en cuanto a obsequios y presentes tales como ositos y otros mamíferos de peluche.

c) Escasa originalidad en cuanto a obsequios y presentes (siempre regalan los mismos ositos de peluche).

e), digo d) Total disponibilidad de horarios para encuentros románticos y/o eróticos.

Ahora sí, e) Alto riesgo de juicios por plagio iniciados por poetas como Neruda, Bécquer o Narosky (con el debido respeto por Neruda y Bécquer).

¿f)? Sí, f) Absoluta nulidad en cuanto a la capacidad de provocar celos en su pareja.

g) Irrespetuoso uso del idioma castellano por abuso de imperdonables neologismos como "cuchipuchi", "pechocha", "princhecha" y "mumuchi" y heréticas metáforas como "solcito de mi vida".

h) Recurrente costumbre de cuantificar un sentimiento abstracto como el amor, usando como unidades de medida las distintas capas de la atmósfera.

Hasta aquí mi conocimiento del alfabeto. Ahora veamos las características de un auténtico "duro":

Para ser considerado como todo un "duro", uno debe:

a) Ser incapaz de regalar flores, tarjetitas o plantígrados artificiales.

b) No preocuparnos por si nuestra pareja tiene o no orgasmos.

c) Tener orgasmos nosotros.

d) Fingir confusión con los nombres de nuestras supuestas amantes: si nuestra novia se llama Valentina, uno debe saludarla "¡Hola, Bety!", "¡Hola, Cathy!" u "¡Hola, Rubén!"

e) No llamarla nunca por teléfono, ni darle nuestro número de teléfono para que ella nos llame.

f) Tomar bourbon con soda (es francamente horrible pero queda re cool).

g) Fumar (y en lo posible tragar el humo).

h) Estar siempre dispuestos a aplicarle a nuestra chica un soplamocos y cinematográfico.

i) Negarse sistemáticamente a conocer a su familia. A la de ella, claro.

Esteee... f, g, h, i... ¡j!, eso j) Abolir por completo la palabra "novia" y reemplazarla por los términos "pollita", "compañera de cama", "fato" o "historia".

k) Aplicar todos los puntos anteriores de una manera que resulte, por lo menos, creíble.

Dicen los vivarachos —que nunca faltan por ahí— que las mujeres prefieren los "duros" a los "blandos"... ¡Puta! ¡Qué manera de desperdiciar chistes fáciles!

Nunca falta el tío pícaro que nos palmea la espalda y nos dice con tono canchero: "A las mujeres hay que tenerlas cortitas cortitas". Está bien, puede ser. Pero por otro la-do escuchamos que las mujeres se mueren por los hombres que escriben cartas de amor y dicen "pupuchi" sin ponerse colorados. De otra manera no se explicaría el descomunal éxito que tienen los sujetos que cantan boleros.

Alguien dirá que lo mejor es un término medio. Bueno, no estoy tan seguro. O uno es un duro o no lo es. Imaginémonos lo incoherente que quedaría un tipo que le regala ositos a su novia y después le pega un rebencazo en la cara para no verla más durante cuatro meses.

Uno es duro o no lo es. Punto y aparte.

El asunto se hace más peliagudo cuando las mujeres empiezan a creer que para ser hombre, para ser macho, uno tiene que ser duro. A partir de esta sospechosa premisa puede razonarse falsamente que los que no son duros no son hombres,

Y esto es lo que creen muchas mujeres.

Y no es cierto.

Y cuando digo "no son hombres", no me refiero a lo que puede entenderse de una lectura rápida, sino a algo mucho más delicado. En este caso, lo opuesto a "hombre" no es "trolo", sino "no-hombre", alguien incapaz de tener las bolas bien puestas, fundar una familia, proteger a su pareja y a sus hijos y poner el lomo a la hora de poner el lomo.

Profundizando aun más estos razonamientos erróneos, una mujer puede llegar a creer que es mejor un insensible hijo de puta incapaz de socorrer a una vieja fracturada, que un tipo que le compra chocolatines importados a su novia.

Cualquiera habrá escuchado por ahí: "Mi novio es un dulce, sí, me da todos los gustos... Pero las mujeres somos hijas del rigor... Queremos mano dura... Me parece que lo voy a patear."

A la larga, digo yo, es mejor un chocolatín que un sopapo.

Y ser hombre no tiene nada que ver con los chocolatines.

Si para mantener enamorada a una novia uno tiene que pegarle tres o cuatro bifes por semana, me parece demasiado trabajo al pedo.

Si para lograr el amor eterno de una chiquita uno tiene que aguantarse las ganas de darle un beso, me parece que no vale la pena.

Prefiero gastar en osos de peluche y no en cursos de actuación con Arnaldo André.

Y la frase anterior me da la razón: resulta mucho más viril y masculino un mimo sincero que un cachetazo fingido.

Y que no se hable más.

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