Lo que sigue está
escrito como el orto, pero no lo pienso releer ni corregir.
Cuando tenía seis o
siete años, nos fuimos de vacaciones a Mar del Plata con mis padres,
mi hermano, mis abuelos y mi tía Susana.
Y ahí fue cuando
conocí a Alfredo Grondona White.
Bueno, Alfredo no me
conoció a mí, porque el venía adentro de una revista, la revista
Humor, que compraba mi tía. En este mismo momento cierro los ojos y
me veo con toda precisión, tirado en la cama matrimonial del
departamento, pasando las entonces incomprensibles páginas de esa
revista, y deteniéndome a mirar los cuadritos dibujados por Grondona
White. No creo que entonces me causaran gracia los textos de los
globitos, pero me fascinaba Alfredo Grondona White. Más lógico
habría sido, para un niño, detenerse ante páginas más coloridas o
con trazos más grotescos (como los de Tabaré, por ejemplo, con sus
tipitos deformes con las narices transpiradas, o Fortín, que
dibujaba los mosquitos de las publicidades de Raid).
Pero no. A mí me
encantaba Alfredo Grondona White.
Unos años después,
la pared de la cama de mi dormitorio estaba tapizada con páginas de
la Sex Humor con dibujos de Grondona y guiones de Héctor García
Blanco.
A los dieciséis
años, un día, a la salida del colegio, me animé a visitar la
redacción de la revista Humor (con la excusa de comprar un libro de
Alfredo Grondona White) y tomé coraje y pedí permiso para visitar
la redacción por dentro.
Tres personas soñaba
yo con conocer: Héctor García Blanco, Alejandro Dolina y Alfredo
Grondona White. Y tuve la suerte de que me recibiera el mismísimo
García Blanco y de que me hiciera pasar a conocer la redacción.
Al rato llega
Grondona White. Y casi me cago encima.
Me hizo un dibujo en
una hoja de uno de mis cuadernos del colegio. Un Piccafeces. Me lo
firmó “con cariño” pero sin mucho entusiasmo. “Uf, no se
dibuja sobre hojas rayadas, pibe”. Los dibujantes la llevan más
difícil cuando se les pide un autógrafo. A casi cualquier artista
le alcanza con garabatear su firma; a un dibujante, no. Mínimo, te
tiene que hacer un dibujito. Quino te tiene que esbozar una Mafalda.
Sendra, un Matías. Nik, una Mafalda o un Matías.
La pasé bien, esa
vez, en la redacción de la revista Humor. Me quedé bastante rato.
Unos siete años.
Los guionistas de
Grondona White eran pesos pesados: él mismo, García Blanco, Aquiles
Fabregat, Tomás Sanz...
Y una vez, Grondona
me pidió que fuera su guionista.
Y casi me cago
encima.
Por esa época
conocí a Dolina, también. Y trabajé con él, escribimos cosas
juntos y me ha demostrado más cariño que el que yo jamás haya
merecido de alguien como él. La semana pasada, que estuve de visita
por Buenos Aires, él vino a mi casa y estuvimos hablando hasta las
cinco de la mañana. Perdón. Es que se me hace muy difícil hablar
de Dolina sin fanfarronear.
Con Héctor García
Blanco hicimos y hacemos todo lo que dos hombres pueden hacer juntos,
apenas un milímetro antes del chiste fácil. Escribimos tantas cosas
juntos (con su firma, con mi firma, con la firma de los dos, sin
firma, con seudónimos) que al día de hoy vemos un texto “nuestro”
y no podemos saber si lo escribió él o yo. Juntos escribimos cosas
para radio, cine, gráfica, televisión y publicidad (no muy
exitosas, por cierto). Viajamos juntos, fuimos recíprocos testigos
de nuestras bodas (no muy exitosas, por cierto), cargamos los ataúdes
de nuestros padres, y soy padrino de su hija.
Y con Alfredo
Grondona White me pasó esto.
Año 1993 o 1994,
calculo.
Almuerzo de fin de
año de la redacción de la Humor y la Sex Humor, en una mesa enorme
del restorán La Fragata, de la calle Tacuarí.
Y yo, que llego
tarde.
Estaban todos
-publicar algunos nombres sería otra fanfarroneada- hablando al
pedo, tomando más que comiendo. Alfredo estaba sentado a la
cabecera.
Yo buscaba un
lugarcito acorde a mi importancia relativa en semejante grupo: en un
inodoro del baño, o en la calle misma, mirando hacia adentro por la
ventana.
Y Alfredo me vio. Y
le dijo al que estaba sentado a su derecha: “Volá de acá. Dejá
sentar a mi guionista”. Y me hizo sentar a su lado.
Y casi me cago
encima.
- - -
Las primeras líneas
de este texto las empecé a escribir en enero, en la ciudad de
Cluj-Napoca, Rumania. Yo andaba por ahí, y Alfredo me comentaba
todas las fotos que yo publicaba en Facebook. Y me escribía
chistecitos.
Mi héroe me hacía
chistecitos por Facebook, y yo estaba en el hotel pensando: “¿Le
habré dicho alguna vez a este tipo que me casi me hace cagar
encima?”.
Y me senté a
escribir las primeras líneas. Le escribí a mi vieja para
preguntarle en qué año habíamos ido todos juntos a Mar del Plata.
Quería escribir algo lindo, para publicarlo en Facebook para que
Alfredo lo leyera.
Después, por
supuesto, me colgué, y esas líneas quedaron en un borrador.
Hoy murió Alfredo
Grondona White.
Y nunca se lo dije.
Chau, Alfredo. Me
hiciste cagar encima. Muchas veces.
Gracias por eso.
Marcelo
5 comentarios:
Siempre me pregunto porque la Humor y de Sex Humor tuvieron que dejar de salir. Las extraño horrores
Sos un crack, en serio. Esto que acabo de leer me lo confirma
El gringo Merciadri. Un ferviente lector.
Abrazo
muy tierno!!! a mi también me gustaban sus dibujos antes de comprender los textos, también tuve la Humor en mis manos antes de tener edad de comprarla.
abrazo!
Cierto Marce, se fue un grande.
Textos como este no necesitan relectura ni corrección.
Te mando un abrazo
Diego Voutsina
Me emocioné, cosa que no me pasa hace casi dos años
Te jubilaste?
Publicar un comentario