jueves, 23 de abril de 2015

Alfredo Grondona White

Lo que sigue está escrito como el orto, pero no lo pienso releer ni corregir.

Cuando tenía seis o siete años, nos fuimos de vacaciones a Mar del Plata con mis padres, mi hermano, mis abuelos y mi tía Susana.

Y ahí fue cuando conocí a Alfredo Grondona White.

Bueno, Alfredo no me conoció a mí, porque el venía adentro de una revista, la revista Humor, que compraba mi tía. En este mismo momento cierro los ojos y me veo con toda precisión, tirado en la cama matrimonial del departamento, pasando las entonces incomprensibles páginas de esa revista, y deteniéndome a mirar los cuadritos dibujados por Grondona White. No creo que entonces me causaran gracia los textos de los globitos, pero me fascinaba Alfredo Grondona White. Más lógico habría sido, para un niño, detenerse ante páginas más coloridas o con trazos más grotescos (como los de Tabaré, por ejemplo, con sus tipitos deformes con las narices transpiradas, o Fortín, que dibujaba los mosquitos de las publicidades de Raid).

Pero no. A mí me encantaba Alfredo Grondona White.

Unos años después, la pared de la cama de mi dormitorio estaba tapizada con páginas de la Sex Humor con dibujos de Grondona y guiones de Héctor García Blanco.

A los dieciséis años, un día, a la salida del colegio, me animé a visitar la redacción de la revista Humor (con la excusa de comprar un libro de Alfredo Grondona White) y tomé coraje y pedí permiso para visitar la redacción por dentro.

Tres personas soñaba yo con conocer: Héctor García Blanco, Alejandro Dolina y Alfredo Grondona White. Y tuve la suerte de que me recibiera el mismísimo García Blanco y de que me hiciera pasar a conocer la redacción.

Al rato llega Grondona White. Y casi me cago encima.

Me hizo un dibujo en una hoja de uno de mis cuadernos del colegio. Un Piccafeces. Me lo firmó “con cariño” pero sin mucho entusiasmo. “Uf, no se dibuja sobre hojas rayadas, pibe”. Los dibujantes la llevan más difícil cuando se les pide un autógrafo. A casi cualquier artista le alcanza con garabatear su firma; a un dibujante, no. Mínimo, te tiene que hacer un dibujito. Quino te tiene que esbozar una Mafalda. Sendra, un Matías. Nik, una Mafalda o un Matías.

La pasé bien, esa vez, en la redacción de la revista Humor. Me quedé bastante rato.

Unos siete años.

Los guionistas de Grondona White eran pesos pesados: él mismo, García Blanco, Aquiles Fabregat, Tomás Sanz...

Y una vez, Grondona me pidió que fuera su guionista.

Y casi me cago encima.

Por esa época conocí a Dolina, también. Y trabajé con él, escribimos cosas juntos y me ha demostrado más cariño que el que yo jamás haya merecido de alguien como él. La semana pasada, que estuve de visita por Buenos Aires, él vino a mi casa y estuvimos hablando hasta las cinco de la mañana. Perdón. Es que se me hace muy difícil hablar de Dolina sin fanfarronear.

Con Héctor García Blanco hicimos y hacemos todo lo que dos hombres pueden hacer juntos, apenas un milímetro antes del chiste fácil. Escribimos tantas cosas juntos (con su firma, con mi firma, con la firma de los dos, sin firma, con seudónimos) que al día de hoy vemos un texto “nuestro” y no podemos saber si lo escribió él o yo. Juntos escribimos cosas para radio, cine, gráfica, televisión y publicidad (no muy exitosas, por cierto). Viajamos juntos, fuimos recíprocos testigos de nuestras bodas (no muy exitosas, por cierto), cargamos los ataúdes de nuestros padres, y soy padrino de su hija.

Y con Alfredo Grondona White me pasó esto.

Año 1993 o 1994, calculo.

Almuerzo de fin de año de la redacción de la Humor y la Sex Humor, en una mesa enorme del restorán La Fragata, de la calle Tacuarí.

Y yo, que llego tarde.

Estaban todos -publicar algunos nombres sería otra fanfarroneada- hablando al pedo, tomando más que comiendo. Alfredo estaba sentado a la cabecera.

Yo buscaba un lugarcito acorde a mi importancia relativa en semejante grupo: en un inodoro del baño, o en la calle misma, mirando hacia adentro por la ventana.

Y Alfredo me vio. Y le dijo al que estaba sentado a su derecha: “Volá de acá. Dejá sentar a mi guionista”. Y me hizo sentar a su lado.

Y casi me cago encima.

- - -

Las primeras líneas de este texto las empecé a escribir en enero, en la ciudad de Cluj-Napoca, Rumania. Yo andaba por ahí, y Alfredo me comentaba todas las fotos que yo publicaba en Facebook. Y me escribía chistecitos.

Mi héroe me hacía chistecitos por Facebook, y yo estaba en el hotel pensando: “¿Le habré dicho alguna vez a este tipo que me casi me hace cagar encima?”.

Y me senté a escribir las primeras líneas. Le escribí a mi vieja para preguntarle en qué año habíamos ido todos juntos a Mar del Plata. Quería escribir algo lindo, para publicarlo en Facebook para que Alfredo lo leyera.

Después, por supuesto, me colgué, y esas líneas quedaron en un borrador.

Hoy murió Alfredo Grondona White.

Y nunca se lo dije.

Chau, Alfredo. Me hiciste cagar encima. Muchas veces.

Gracias por eso.

Marcelo


5 comentarios:

Aldo Marcelo dijo...

Siempre me pregunto porque la Humor y de Sex Humor tuvieron que dejar de salir. Las extraño horrores
Sos un crack, en serio. Esto que acabo de leer me lo confirma
El gringo Merciadri. Un ferviente lector.
Abrazo

Lilith, demonio femenino dijo...

muy tierno!!! a mi también me gustaban sus dibujos antes de comprender los textos, también tuve la Humor en mis manos antes de tener edad de comprarla.
abrazo!

Anónimo dijo...

Cierto Marce, se fue un grande.
Textos como este no necesitan relectura ni corrección.
Te mando un abrazo
Diego Voutsina

Abrujandra dijo...

Me emocioné, cosa que no me pasa hace casi dos años

Zeithgeist dijo...

Te jubilaste?