Y esta vez sí se gritaron los goles. Esta vez sí se
gritaron.
Motivos no faltaban.
Pero vamos por partes, que esta es la segunda crónica
deportiva que escribo en mi vida (la primera la escribí acá abajito, hace poco
más de dos meses), y no quiero hacerlo mal.
Hace dos meses, en ocasión del partido en el que el equipo
de mi hermano y sus amigos desde hace veintiocho años ganó por 15 a 2, el
campeonato se encontraba en su fase “por puntos”… O “de puntos”… Bueno, no sé…
Algo así. Sólo sé que en esa etapa jugaban todos los equipos contra todos los
equipos, se sumaban los puntos obtenidos en cada partido, y al final de esa
fase clasificaban los que tenían más puntos. Los números no son mi fuerte (ni
mucho menos el fútbol), así que no me pregunten demasiados detalles porque no
los sé, ni los entiendo. Lo que sí sabía entonces es que si el equipo seguía
jugando con ese espíritu, ganando 15 a 2, y compitiendo contra rivales con
arqueros con capacidades manuales diferentes, iban a pasar sin problemas a la “etapa de
definición” (o como se llame), que es la que entendemos hasta los que no sabemos
de fútbol: la etapa de “si perdés, fuiste; si ganás, seguís”.
Y llegaron a la final, nomás. Casi sin sorpresas.
Y llegaron motivaditos. Me llegó el rumor de que mi nota
anterior (la de acá abajo) los había hecho emocionar. Pero, honestamente, no creo que eso haya
tenido la mínima influencia.
Es más probable que haya influido un poco más el hecho de
que apenas tres días antes, Federico Insúa (compañero de colegio de los chicos,
hermano de uno de ellos, amigo de todos los demás) se hubiese consagrado
campeón del fútbol argentino con Vélez Sarsfield, y que el equipo de mi hermano
estaba todavía afónico por los festejos de ese campeonato. No hace falta una
maestría en psicología para pensar que si uno de los tuyos acaba de salir
campeón de la Primera “A”, a la hora de jugar tu propia final de papi fútbol, tres
días después, sientas un poco más de entusiasmo que el que te provocaría el
hecho de que a tu compañero Petruzzeli, de Contaduría, le hayan dado un plus
por presentismo en la compañía de destapaciones en la que trabajás.
Y, además, el partido pintaba chivo. Por empezar, era una
final, y el otro equipo no había llegado a esa instancia envenenando a los
rivales, sino jugando. Y jugando bien.
Mi hermano me había prevenido, unos días antes:
–Técnicamente, jugador por jugador, son mucho mejores que
nosotros. Pero…
–¿Pero qué?
–Pero no juegan juntos desde hace veintiocho años- me dijo, sonriendo
cómplice.
Así que ahí fuimos. Todos. Los jugadores, sus hijos, sus
esposas, sus hermanos, Federico Insúa, mi novia, mi vieja…
Apenas llegamos al colegio, todos los compañeros de mi
hermano me saludaron con especial cariño y agradecimiento por la nota que había
escrito antes, e inmediatamente me hicieron saber de un modo cabal que me
consideraban un miembro más del equipo y que tenían reservada para mí una responsabilidad especial:
–Marce, correte hasta el chino de la otra cuadra, cruzando
San Blas, y traete tres o cuatro aguas grandes, frías.
Comenzó el partido y a los pocos minutos se abre el
marcador: gol del equipo contrario.
Upalalá.
Busqué con la mirada a mi novia. Yo estaba junto a la línea,
observando la acción de cerca, tirando alguna indicación que juzgara oportuna y –más que nada– cuidando las botellas de agua. Mi novia estaba más allá, un poco
alejada, arriba de una tribuna, junto a mi vieja. “No pasa nada”, le dije sin
hablar. “Tranquila”.
Unos minutos más tarde, dos goles seguidos de mi hermano
Claudio daban vuelta la cosa, y varios minutos después, otros cinco goles de
los muchachos, la expulsión directa del arquero rival por una torpeza rayana en
lo criminal y –digámoslo de una vez y para siempre– la condición de invencible
de un equipo de pibes que desde hace veintiocho años vienen jugando juntos en
la cancha (en estas chiquitas de papi fútbol,
y en la otra: la cancha grandísima, infinita, de la vida) hicieron el
resto.
7 a 2.
Y fueron campeones.
Como no podía ser de otra manera.
Como estaba escrito. Desde hace casi treinta años.
Dedicado a Lea, Manza, Tero, Clau, Seba, Raba, Diego, Jazo,
Guille y Tavo (DT).
Y a Fede también, carajo, que el pibe también salió campeón y se merece un: “Bien hecho, nene”.
5 comentarios:
A ver Marce si largás la inercia y seguís escribiendo (así, o sea as usual) !
Peter
PD: Que GRAN aguatero debés ser! ;)
Gracia' al ténico que nos dio toda la confianza y a vo' por la motivación.
Queda muy descolgado el chiste futbolístico, al final había mas gente en la cancha de Papi, que en la de Velez...bueno, bueno, entonces no lo hago.
Ves cuando te digo que sos un pelotudo* por no dedicarle más tiempo a escribir?
Sabés que digo cuando hablo de vos?
"Mi amigo el ESCRITOR"
Abrazo
Sil
*Y sabés que es el "pelotudo" con más cariño del mundo.
estoy a un tris de mandarle por carta una carta con "Lacanna larga los escritos" armada con letras recortadas de revistas
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