lunes, 10 de diciembre de 2012

De Dumbos y Popeyes II: la final


Y esta vez sí se gritaron los goles. Esta vez sí se gritaron.

Motivos no faltaban.

Pero vamos por partes, que esta es la segunda crónica deportiva que escribo en mi vida (la primera la escribí acá abajito, hace poco más de dos meses), y no quiero hacerlo mal.

Hace dos meses, en ocasión del partido en el que el equipo de mi hermano y sus amigos desde hace veintiocho años ganó por 15 a 2, el campeonato se encontraba en su fase “por puntos”… O “de puntos”… Bueno, no sé… Algo así. Sólo sé que en esa etapa jugaban todos los equipos contra todos los equipos, se sumaban los puntos obtenidos en cada partido, y al final de esa fase clasificaban los que tenían más puntos. Los números no son mi fuerte (ni mucho menos el fútbol), así que no me pregunten demasiados detalles porque no los sé, ni los entiendo. Lo que sí sabía entonces es que si el equipo seguía jugando con ese espíritu, ganando 15 a 2, y compitiendo contra rivales con arqueros con capacidades manuales diferentes,  iban a pasar sin problemas a la “etapa de definición” (o como se llame), que es la que entendemos hasta los que no sabemos de fútbol: la etapa de “si perdés, fuiste; si ganás, seguís”.

Y llegaron a la final, nomás. Casi sin sorpresas.

Y llegaron motivaditos. Me llegó el rumor de que mi nota anterior (la de acá abajo) los había hecho emocionar. Pero, honestamente, no creo que eso haya tenido la mínima influencia.

Es más probable que haya influido un poco más el hecho de que apenas tres días antes, Federico Insúa (compañero de colegio de los chicos, hermano de uno de ellos, amigo de todos los demás) se hubiese consagrado campeón del fútbol argentino con Vélez Sarsfield, y que el equipo de mi hermano estaba todavía afónico por los festejos de ese campeonato. No hace falta una maestría en psicología para pensar que si uno de los tuyos acaba de salir campeón de la Primera “A”, a la hora de jugar tu propia final de papi fútbol, tres días después, sientas un poco más de entusiasmo que el que te provocaría el hecho de que a tu compañero Petruzzeli, de Contaduría, le hayan dado un plus por presentismo en la compañía de destapaciones en la que trabajás.

Y, además, el partido pintaba chivo. Por empezar, era una final, y el otro equipo no había llegado a esa instancia envenenando a los rivales, sino jugando. Y jugando bien.

Mi hermano me había prevenido, unos días antes:

–Técnicamente, jugador por jugador, son mucho mejores que nosotros. Pero…
–¿Pero qué?
–Pero no juegan juntos desde hace veintiocho años- me dijo, sonriendo cómplice.

Así que ahí fuimos. Todos. Los jugadores, sus hijos, sus esposas, sus hermanos, Federico Insúa, mi novia, mi vieja…

Apenas llegamos al colegio, todos los compañeros de mi hermano me saludaron con especial cariño y agradecimiento por la nota que había escrito antes, e inmediatamente me hicieron saber de un modo cabal que me consideraban un miembro más del equipo y que tenían reservada  para mí una responsabilidad especial:

–Marce, correte hasta el chino de la otra cuadra, cruzando San Blas, y traete tres o cuatro aguas grandes, frías.

Comenzó el partido y a los pocos minutos se abre el marcador: gol del equipo contrario.

Upalalá.

Busqué con la mirada a mi novia. Yo estaba junto a la línea, observando la acción de cerca, tirando alguna indicación que juzgara oportuna y –más que nada– cuidando las botellas de agua. Mi novia estaba más allá, un poco alejada, arriba de una tribuna, junto a mi vieja. “No pasa nada”, le dije sin hablar. “Tranquila”.

Unos minutos más tarde, dos goles seguidos de mi hermano Claudio daban vuelta la cosa, y varios minutos después, otros cinco goles de los muchachos, la expulsión directa del arquero rival por una torpeza rayana en lo criminal y –digámoslo de una vez y para siempre– la condición de invencible de un equipo de pibes que desde hace veintiocho años vienen jugando juntos en la cancha (en estas chiquitas de papi fútbol,  y en la otra: la cancha grandísima, infinita, de la vida) hicieron el resto.

7 a 2.

Y fueron campeones. 

Como no podía ser de otra manera.

Como estaba escrito. Desde hace casi treinta años.


Dedicado a Lea, Manza, Tero, Clau, Seba, Raba, Diego, Jazo, Guille y Tavo (DT).





Y a Fede también, carajo, que el pibe también salió campeón y se merece un: “Bien hecho, nene”.


5 comentarios:

Peter Krasno dijo...

A ver Marce si largás la inercia y seguís escribiendo (así, o sea as usual) !
Peter
PD: Que GRAN aguatero debés ser! ;)

el hermano de lacanna dijo...

Gracia' al ténico que nos dio toda la confianza y a vo' por la motivación.

Gustavo dijo...

Queda muy descolgado el chiste futbolístico, al final había mas gente en la cancha de Papi, que en la de Velez...bueno, bueno, entonces no lo hago.

Condesa Shortshot dijo...

Ves cuando te digo que sos un pelotudo* por no dedicarle más tiempo a escribir?
Sabés que digo cuando hablo de vos?

"Mi amigo el ESCRITOR"

Abrazo

Sil

*Y sabés que es el "pelotudo" con más cariño del mundo.

r.- el corre ambulancias dijo...

estoy a un tris de mandarle por carta una carta con "Lacanna larga los escritos" armada con letras recortadas de revistas