Daltonismo automovilístico

Yo no sé si es la edad, no sé si se trata de algún tipo de deficiencia en alguna de las “múltiples inteligencias” de las que se habla por ahí, o si a todo el mundo le pasa lo mismo, pero la cosa es que con el paso de los años estoy sufriendo un progresiv “daltonismo automovilístico”.

No, no es que no vea los autos. Puedo llegar a la esquina y divisar con toda eficacia a ese auto, a ese otro, a ese también, también a ese otro que viene demasiado ráPIDO LA PUTA QUE TE REPARIO, QUE CARAJO TE PASA, ENFERMO!!!

Pero el problema es que no puedo distinguir un auto de otro. Todos los autos son iguales. No puedo notar diferencia alguna entre ellos, ni en su forma, ni en su color. Mucho menos su marca y su modelo. Eso sería imposible.

Me pasa a veces que, ponele, vuelvo en taxi y le digo al taxista: “Ahí sobre la derecha está bien. Ahí donde está el… el auto ése”.

-¿El Siena?
-No sé. El auto ése.

Ni siquiera puedo decir: “el auto azul ése”, porque ya no quedan autos azules. A ver, no me digan que estoy loco. Ahora los autos son todos iguales. Todos con forma de huevo acostado. No tienen baúl sino “quinta puerta”. Ya no hay autos con perfiles reconocibles, con formas bien definidas, con rasgos característicos de su personalidad. Antes los autos se reconocían a tres cuadras de distancia. Ni el más despistado podía confundir un Ford Sierra con una Renault Fuego, o un Falcon con un Chevy. Antes los autos tenían FORMA, señores. No como estos engendros ovoides, todos iguales entre sí, como sacados de una película futurista de los años sesenta.

Y los colores, por favor… ¡Los colores! Cuando yo era chico los autos tenían colores que los niños conocíamos: el celeste, el naranja, el verde, el amarillo, el blanco, el negro, el marrón. Ahora los autos vienen en colores en la gama que va entre el petroláceo y el grisoso, pasando por el transoceánico, colores que no pueden encontrarse en la naturaleza, sino en un laboratorio químico en el que diseñan colores para autos con forma de huevo.

El problema es que, y esto no lo estoy inventando, no puedo reconocer ni siquiera los autos de mis amigos o familiares.

Entre los colores indistinguibles para el ojo humano, la estandarizada forma ovoide y los vidrios polarizados que impiden ver quién carajo está detrás del vidrio, soy incapaz de reconocer el auto de mi vieja, o el de mis amigos. Aunque viaje en ellos cuatro veces a la semana.

Mi vieja tiene un auto de éstos ovoides, con un color petroláceo mohoso. Bueno, yo no lo reconozco. Si me dice: “te paso a buscar por la esquina, vos andate hasta la esquina y esperame ahí”, yo me pongo a mirar… las patentes. Se los juro. Reconozco el auto de mi vieja por la patente (empieza con “ELI”).

Un amigo mío me pasa a buscar por mi casa una o dos veces a la semana para ir a cenar. Es de noche, y de noche la cosa se complica más. De noche, el automóvil negro y ovoide de mi amigo luce exactamente igual al petroláceo mohoso de mi madre, e igual a todos los autos que pasan por la esquina, o que están estacionados junto a la vereda.

Voy hasta la esquina. Un auto ovoide aminora su marcha. Pparece que va a detenerse. Me acerco. El color puede ser negro… o petroláceo o transoceánico. Bajo a la calzada como para acercarme al auto y me fijo en la patente. Nnnno. No empieza con “EFM” (la forma que tengo de identificar el auto de mi amigo), y yo quedo como un trabajador del sexo ofreciendo mis servicios a los automovilistas.

Antes yo sabía de autos. Sabía un montón, gracias al recurrente estudio de los naipes Tope & Quartet, y sabía que la Renault Fuego era más rápida que el Sierra, pero el Torino ganaba en un montón de otras categorías. Ahora entiendo por qué no hay más cartas Tope & Quartet: serían todas iguales.



[UPDATE: OK, OK, perdón. Las cartas de autos argentinos no eran de Tope & Quartet, sino de Cromy. Ok.]