miércoles, 7 de septiembre de 2005

EL SEMIMATRIMONIO

Del libro Rompiendo Huevos, Ediciones de la Urraca, Buenos Aires, 1994.
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Todos sabemos más o menos bien qué es el noviazgo: un idílico estado amoroso en el que todo es besos, caricias, regalitos, salidas, mimos y fantásticos dobles turnos en el mejor albergue de la zona.

Muchos conocen también el matrimonio: algo bastante similar a una condena a cadena perpetua con trabajos forzados, en la que todo es discusiones, regaños, molestias, ruleros, comida fría y sexo, una vez cada tanto y de compromiso, nomás.

Sí, bueno, algunos podrán decirme que hay matrimonios maravillosos, con campanitas y estrellitas, aunque eso se produce sólo porque los protagonistas no tomaron conciencia del significado de la palabra "casado".

Pero hay un estado intermedio: el semimatrimonio.

El semimatrimonio es más o menos así. Uno se pone de novio con una chica que le presentó un amigo como tantas otras veces, sólo que esta vez la conocida de nuestro amigo no resultó ser anorgásmica, histérica, analfabeta, imbécil o "escort" como en las pasadas ocasiones.

Los dos llevamos una relación fácilmente reconocible como "noviazgo". Nos vemos casi todos los días, vamos al cine, al telo, al restorán, al telo, al parquecito, al zoológico, al telo. Ella vive con su familia, y uno con la nuestra. A lo sumo pernoctamos en alguna hostería durante un viajecito de placer o en la habitación doce porque "no tengo la más puta gana de llevarte hasta tu casa, estoy reventado; llamalo al gallego y preguntale cuánto nos sale quedarnos toda la noche. Y te aviso que pagás vos. ¿A quién se le ocurre vivir en Turdera?".

Todo resulta más o menos normal. Somos novios.

Pero al tiempo, uno decide alquilarse un dos ambientes. Alquilamos ese departamentito por una simple cuestión de practicidad: está cerca del trabajo (al menos no tenemos que despertarnos a las cinco de la mañana para llegar a la oficina a las doce), podemos quedarnos tocando la guitarra hasta bien tarde sin que nuestro padre amenace con desheredarnos, y nos permite ahorrar cada tanto la tarifa del telo.

Y es así como un buen día uno invita a nuestra novia a cenar a su departamento, después miramos la tele, apagamos la tele, más tarde volvemos a encender la tele, al rato la volvemos a apagar, la encendemos de nuevo y "¿por qué no volvemos a apagar la tele, cielo?". En fin, a veces me permito una sutil metáfora...

Y nos quedamos a dormir juntos. Al otro día la escena se repite y, gracias a un paquetito de maní salado, el tubo del televisor explota debido a tantos encendidos y apagados.

Y también nos quedamos a dormir. Juntos.

Días más tarde uno le da las llaves del departamento a nuestra chica "para no tener que bajar los quince pisos, ¿viste? Las llegás a perder y sos historia, no sé si me entendés".

Y aquí comienza, señoras y señores, el semimatrimonio.

Poco a poco, nuestra novia va trayendo al bulín algunas de sus pertenencias: el secador de pelo, un oso que uno le regaló que obstruye por completo el pasillito que da al lavadero, un saquito por si refresca, una "pupa" (un estuche lleno de pastitas de colores que yo creí que eran para comer y después me enteré de que eran maquillaje), ropa interior y algunos cosméticos.

Ella no quiere invadirnos, claro. Pero no comprende por qué gritamos como un poseído cuando nos tropezamos con el oso cuando íbamos hacia el lavadero.

La cosa se complica. Durante un baño uno manotea el champú, nos ponemos un poco en la cabeza, frotamos y recién ahí nos damos cuenta de que eso no es champú si-no "body-milk". Nuestra máquina de afeitar aparece Ilena de sospechosos pelitos que nada tienen que ver con nuestra barba. Abrimos el botiquín buscando una curita, y caen doce (¡doce!) lápices de labios, un rimmel y un coso azul que no sé muy bien cómo se llama, pero queda lindo.

Nos hacemos los chistosos y le comentamos a nuestra novia que tiene que llamar a su abogado "por no sé qué cuestión de un juicio por desalojo". Ella esquiva hábilmente la indirecta y nos recuerda que no estamos conviviendo. Le decimos entonces que el hecho de vivir juntos seis de cada siete días se parece más a la convivencia que a "esporádicos y casuales encuentros", pero ella no entiende qué quiere decir "esporádico". Además, ningún hombre puede parecer serio si tiene el pelo bañado en body-milk.

Una noche llegamos de trabajar y encontramos a todos los vecinos de la cuadra reunidos frente a la puerta de nuestro edificio. Una densa columna de humo sale de la ventana de nuestro departamento y trepa hacia el cielo. Mientras subimos de a cuatro escalones, pensamos en nuestra novia y en eso del "crimen perfecto". Derribamos la puerta de una patada y encontramos a nuestra chica con cara de "¿me perdonás?", que nos dice: "Te quise preparar una omelette de las que te gustan a vos, pero me salió mal."

Uno cuenta hasta catorce mil, se asoma por la ventana para tranquilizar a los parroquianos, se sienta a la mesa y come algo que tiene sólo el nombre de "omelette".

Luego de digerir duramente "eso", uno decide calmarse dándose una buena ducha.

Algo se lo impide. Ese "algo" son cuatro bombachas colgadas de las canillas, dos corpiños en el lavabo y un monstruo gris, parecido a una medusa gigante, flotando en la bañera.

—Es un hongo de la India. Se llama Ayelén. Me lo regaló Marcos, y trae buena onda —explica nuestra novia mientras uno sigue mirando fijamente al monstruo.

—¿Qué hace esa mierda en MI bañadera?

—Lo puse ahí hasta que compre un recipiente para ponerlo. ¡Y no hablés mal del honguito porque no nos va a traer buena onda!

—Tenés media hora para sacar esa cosa de MI bañadera. Si querés te lo llevás a TU casa.

A los quince minutos el hongo —perdón, Ayelén— nos mira desde un Tupperware sobre la heladera. Queda fenómeno. Después de desinfectar la bañera con nafta, uno se pega el merecido baño pero otra vez le chingamos al envase y volvemos a ponernos body-milk en el balero. Y nos pegamos un balazo en la sien, sobresaltando al hongo.

Ya todos habrán comprendido qué es eso del semimatrimonio.

Si quieren convivir, cásense. De esa manera, estarán obligados por la Ley a soportar ciertas cosas. Y tendrán derecho a exigir otras; por ejemplo, que ese hongo vaya a parar a la basura.

Pero basta de hablar.

Estoy muy malhumorado.

¡Y este body-milk que no me sale del pelo, si será de Dios!

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