miércoles, 7 de septiembre de 2005

LAS ACTIVIDADES EXTRAMATRIMONIALES

Del libro Rompiendo Huevos, Ediciones de la Urraca, Buenos Aires, 1994.
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Dicen los que saben que los integrantes de una pareja deben mantener algunas actividades propias, independientemente de la pareja misma, ajenas al romance.

Esta gente sostiene que no es saludable hacer todo de a dos, en pareja.

Convengamos que algo de razón tienen.

Hay cosas que los que viven una relación amorosa deben hacer por sí solos, por su cuenta y sin mezclar a sus parejas en el asunto.

Sin ir más lejos, pensemos en el trabajo. Supongamos que laburamos en la Brigada de Explosivos, y nuestra novia está permanentemente junto a nosotros, cebándonos mate y hablándonos del horóscopo, mientras intentamos desactivar una bomba de C-4 que amenaza con volar todo un barrio residencial.

Otro ejemplo fácil son los estudios. Nadie tomaría en serio a un estudiante de Medicina que se presenta a dar un examen con su novia, se sienta al pupitre junto a ella y, entre risitas y manotazos por debajo de la cintura, responde un cuestionario sobre Parasitología.

En fin, los casos son numerosos y demuestran que algunas cosas requieren de cierta intimidad.

Y hasta resulta lógico que así sea.

Lógico hasta que son ellas quienes se atribuyen este derecho a la intimidad, a la independencia.

Ahí se pudre todo.

El conflicto radica en que, para empezar, ellas no pueden discernir muy bien entre lo que sí requiere independencia y lo que no lo requiere una mierda.

Y, segundo, esa maldita independencia la entienden para el carajo y la usan para el culo.

Uno está en pareja, es un hombre instruido y leyó por alguna parte todo lo anterior, por lo que nos proponemos seriamente permitirle a nuestra pareja que lleve adelante cierta vida propia, cuando ella plantee la necesidad de hacerlo.

Emocionados por nuestra propia apertura mental, fantaseamos con que nuestra chica vendrá a decirnos que le gustaría cursar una carrera universitaria y recibirse de escribana o que mejor le parecería aprender alemán en una prestigiosa academia.

Pero ella viene con que quiere jugar al paddle.

Esteee, bueno... Algo es algo. Dicen que el deporte es bueno... No es lo que uno había soñado, pero bue. Uno ya había preparado su mente y su sistema nervioso periférico para estos planteos, así que no vamos a echarnos atrás.

—A ver, mi amor, ¿cómo es eso? —pregunta uno con tono comprensivo, amistoso, moderno y canchero.

—Que quiero empezar a jugar al paddle, está copado.

—Bueno, en fin, dicen que mens sana in corpore sano, me parece saludable. Estudiemos la posibilidad y...

—Ya saqué cancha.

—¿...?

—Que ya saqué cancha. Un abono por seis meses. Ya me compré la paleta, la ropa y las pelotitas las pone Juampi.

—¿Juampi?

—Es un primo de un amigo de mi hermana. Me preguntó si jugábamos al paddle, y yo le dije que sí. También le avisó a una pareja amiga.

Detengámonos un momento, un poco para digerir el mal trago, y otro poco para estudiar la situación coyuntural. Nótese cómo ella hizo uso de su independencia y de su vida propia.

Para el carajo. Para el reverendísimo carajo.

Ella eligió una actividad prescindible y piensa desarrollarla con personajes literal-mente prescindibles. Unos hijos de puta menos interesados en la sana recreación y en el deporte que en la posibilidad de echarle alguno que otro vistazo a la remera de su novia y, si pinta, echarse sobre ella para devolver alguna pelota difícil.

El fin de semana ella se prepara para su "vida independiente", buscando para la ocasión las prendas más ajustadas y diminutas que hayan sobrevivido a aquellas antiguas razzias que uno solía practicar en el guardarropas de ella para fósforos y solvente en mano hacer más decente su vestuario.

Y ella las encuentra, vaya que sí. Y pretende usarlas. Y las usa.

Uno se manifiesta interesado en acompañarla a la cancha de paddle, presenciar el match y hasta oficiar de ball-boy con tal de defender su virtud, por la que ya no da ni un céntimo.

Pero ella se niega, hablándole —gritándole, más bien— acerca de su libertad, su independencia y su vida propia.

Ya tenemos motivos suficientes como para mandar a la mierda toda nuestra amplitud de criterio y los consejos de los psicólogos, y encerrar a nuestra novia durante seis meses a videos y maní con pasas; pero no vamos a hacer eso, no.

Este capítulo tiene que seguir y gracias a Dios uno tiene Rivotril a mano.

A la noche nuestra novia regresa de su partido de paddle. Cansada, agitada, sudada y con una mancha de suciedad con el tamaño y la forma de una mano grande a la altura de su pecho izquierdo, mancha que ella intenta disimular, hablando de la dureza del encuentro y de la destreza de Juampi, que "juega bárbaro".

Nosotros, que por efectos de los tranquilizantes sólo podemos articular los sonidos "da", "ba", "la", e "hijodemilputas", sonreímos forzadamente y, por señas, intentamos comunicarle a nuestra novia que se olvide del abono, del paddle y de esa manga de facinerosos.

Pero ella, entusiasmada con su libertad, nos describe un cronograma de actividades culturales, deportivas y de recreación que piensa llevar a cabo en los meses próximos, con la manga de facinerosos y sin nosotros.

Su agenda incluye sesiones en un gimnasio, cama solar, ensayos para formar una banda de rock —"porque Juampi toca el bongó y dijo que yo podía cantar"—, fiestas to-dos los fines de semana y papi fútbol.



—¿Papi fútbol?

—Sí, yo hago de porrista, mi amor. Les sostengo los porros a los chicos mientras ellos juegan.

Más o menos así, queridos amigos, es como las mujeres entienden el moderno concepto de "vida propia e independiente".

Y más o menos así es como yo lo veo al asunto.

En nosotros está elegir entre ser hombres modernos, amplios y complacientes, o ser hombres felices.

La elección es nuestra.

Elijamos bien.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El viejo truco de la exclusión.

Jose F