miércoles, 7 de septiembre de 2005

LA IMPERIOSA NECESIDAD DE SER PAVO

Del libro Rompiendo Huevos, Ediciones de la Urraca, Buenos Aires, 1994.
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A esta altura del partido casi todos creemos que la mujer es un ser humano.

Aunque este postulado puede parecer obvio, convengamos en que, si estudiamos un poco la cuestión, podemos encontrar algunos datos que lo refuten. Sólo se trata de pensar un poco.

Las mujeres en general —y las adolescentes en particular— tienen ciertas actitudes, reacciones y razonamientos (si podemos llamarlos así) que hacen dudar seriamente sobre su pertenencia al género humano. Aunque pensándolo bien, a lo mejor la mujer es el famoso eslabón perdido entre el simio y el hombre, y yo estoy hablando de más. Por las dudas, en caso de que llegue a comprobarse mi teoría, me gustaría que llevara mi nombre, así aparezco en los libros de biología.

Pero vamos al tema, por favor.

Las mujeres más jóvenes suelen defender sus caprichitos apelando a cierta necesidad impostergable. ¿No se entiende? Mejor. Así puedo usar uno de mis ejemplos, que tanto me gustan.

Un viernes a la noche, uno y su novia están cenando, mientras miran videos de tiros.

En un momento cualquiera entre el último asesinato y el descubrimiento del homicida, nuestra chica se para frente al televisor obstruyendo la visión, pone las manos en la cintura como un jarrón y se despacha con un estentóreo: "¡Quiero ir a bailar!"

Uno —calmo, aplomado, medidamente enérgico— responde que no lo tenía agenda-do para el corriente año, pero que en 1996, más precisamente a mediados, podría ser que sí, uno la llevará a bailar.

Nuestra novia grita, llora, rompe parte de la cristalería, se revuelca por el piso y echa espuma por la boca.

Entonces uno, abandonando el tono irónico anterior, dice que bueno, está bien, que no se ponga así, que mañana o a más tardar el fin de semana que viene van a ir a bailar.

¿Y qué pasa entonces? ¿La señorita se seca las lágrimas, pide perdón por la crisis nerviosa, se consuela y se calla la boca hasta mañana o a más tardar hasta el fin de semana que viene?

No.

La chica se arranca mechones de cabello, presa de la desesperación, y dice que ella necesita ir a bailar, lo necesita en serio, ¿no me entendés? Si no me acompañás vos, voy con unas amigas. O sola, pero que voy a bailar, voy a bailar. Lo necesito.

Y ahora hablemos en serio. ¿Qué tipo de necesidad es ésa? ¿Qué es eso de "necesito ir a bailar", poniendo el mismo tono dramático que se emplea para pedir una ambulancia de urgencia? ¿Dijo "con unas amigas o sola"? Sí, dijo eso. No le importa la compañía de nadie. Al parecer, ella necesita ir a bailar por una cuestión de supervivencia.

¿Qué clase de enfermedad ósea tiene esta mujer para necesitar moverse como una espástica al ritmo de un tocadiscos?

Suena poco serio.

Eso se parece más a un instinto animal que a un simple programita para pasar bien la noche.

Está comprobado científicamente que el hecho de no ir a bailar no reduce absolutamente en nada la esperanza de vida. Un viejo de mi barrio no pisó un boliche en toda su vida y ahí lo ve, tan gordo y rebosante de salud. Es más, podríamos afirmar que el beber tragos diluidos en alcohol de quemar, inhalar ese humo de mierda que tiran en los boliches, soportar los altísimos decibeles de los equipos de audio y hacinarse en un galpón junto a otras dos mil personas hace mal.

"Necesito ir a bailar" es una monumental pelotudez.

"Quiero ir a bailar", "Deseo ir a bailar" o "Se me canta el culo ir a bailar" es otra cosa. Discutible pero razonable.

Un martes, hablando por teléfono con nuestra dulce noviecita, nos enteramos de que el viernes no vamos a poder ir al cine porque ella tiene que salir con una amiga.

—¿Y qué amiga, se puede saber?

—Alejandra, ¿por?

—Porque nunca en tu vida la nombraste. Supongo que no se trata de una amiga de tu infancia, ni de una compañera de colegio, ni de una ex compañera de trabajo...

—Nada de eso. Es una amiga de un primo de un amigo de mi hermana. Y, por ende, es amiga mía. Y punto.

—Por ende, las pelotas. Extraña propiedad transitiva, la tuya. ¿Y para qué se juntan? ¿Y adónde?

—Para charlar un poco, hace tanto que no nos vemos... Nos vamos a encontrar en un boliche bailantero de Constitución... ¡Y no sé por qué te explico todo! ¡Yo necesito encontrarme con mis amigos! ¡Necesito juntarme cada tanto par...!

Clac.

Dejemos el teléfono descolgado para que no nos interrumpa la desubicada de nuestra novia y pensemos un poco.

Si uno, noble varón, quiere (expresión de deseo, no de necesidad) encontrarse con algún amigo al que no vemos hace algún tiempo, ¿nos citaríamos con él en un ambiente infernal, poco propicio para la charla, la disertación y la camaradería? Suena más lógico encontrarse en una casa, un barcito del bajo o un restorán de precios módicos, en el que se pueda conversar sin tener que recurrir a megáfonos u otro tipo de compleja tecnología.

Además, se puede elegir otro horario. Podemos reunirnos a la salida de la oficina, un lunes a la tardecita. O un domingo después de almorzar... ¿Pero un viernes a la noche?

Yo, personalmente, quiero encontrarme cada tanto con dos o tres amigos, con los que compartí y/o comparto mi vida. Pero cuando tenemos ganas, y en sitios y horarios cómodos y buenos para el coloquio. Las mujeres necesitan (y con muchos signos de admiración) encontrarse periódicamente con sus ex compañeros del curso de bricolage, con sus ex amigos de un club al que fueron dos veces en su vida a ver un partido de tenis del hermano o con cualquier manga de facinerosos que huelan mal, hablen peor, sean "del palo" y resulten más entretenidos que un video policial. Y siempre necesitan reunirse con ellos, en un boliche ruidoso en el que pronunciar una frase malogre la salud de sus cuerdas vocales.

Y, caso curioso, la mayoría de las veces necesitan reunirse "sin los novios, viste, porque no queremos andar mezclando gente extraña".

Y que quede bien claro, por favor, que no hablo de aventurillas, cuernillos o "novios pelotudillos, je, je, je, se quedó en casa mirando videos de Hicho... no, de Chihock... no, de Hicoch... bueno, de ese gordo que hace películas de misterio". Hablo de otra cosa. Hablo de esas "necesidades" que ciertas mujeres catalogan como vitales para su salud.

Por si no quedó clara mi postura, estimado lector, insisto en que desconfío de esas "necesidades" de las mujeres. No cuestiono, eso sí, la necesidad de estar solo para pensar un poco, para leer un libro o para mirar el techo buscando Algo; necesidades que hablan de cierta estatura espiritual que merece el mayor de mis respetos.

Pero la necesidad de ser estúpido no la comparto.

Me da risa. Me da bronca.

Y me da la necesidad de escribir cosas como ésta.

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